Quizás todos quisieramos estar jugando al ajedrez, hablando de Keres, Nimzovitch o refiriéndonos al ataque de la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana. Quizás todos quisieramos vivir en un mundo alterno, 'virtual', en donde todo lo negativo y sobredimensionado permuta en actos de buena fe, actos solidarios y con un propósito que sea, específicamente, el bienestar general y la defensa del bien común. Muy pocos se pueden dar tales lujos, en esta realidad. Esta realidad donde parece ser que la mendacidad, la ruindad y la mediocridad son la moneda corriente. Un mundo donde existe un mercado de divisas, donde la honestidad, la ética, los principios y las convicciones están sumamente devaluadas frente a este orden social corrupto que promueve la desigualdad, la marginación, el temor y sobre todas las cosas, el fracaso.
Es raro que los jóvenes seamos quienes pidamos y ejerzamos la memoria. La memoria. Qué palabra. Muchos la conmemoran, como la democracia, pero pocos la practican. Solo nos cabe recordar ciertas fracciones históricas de la construcción de nuestra sociedad; como si se tratase de un libro de un solo ejemplar al que le han arrancado páginas de por medio. Pero el silencio es la connivencia con el delito, con la mentira, con la ruindad social y moral. El silencio no es un acto meritorio para aquellos que accionaron por la democracia, su concepto y sus libertades. Por eso, no vamos a ceder ni cercenar nuestras voces; menos nuestra voluntad.
Podemos hablar de los 30.000 desaparecidos, podemos hablar de Julio López, de Nicolás Carranza, Mario Brión, Francisco Garibotti, Horacio Di Chiano, Rogelio Díaz, Carlos Lizaso, Norberto Gavino, Juan Carlos Torres, Pedro Livraga, Vicente Damián Rodríguez, Felipe Vallese, Andrés Guacurarí, como también de Juan Ingallinela, Marcos Satanosky y Rodolfo Walsh. Cada uno de ellos, víctimas de un sistema corrompido al fin, en nombre de la democracia o en nombre de la defensa del orden público. Pero víctimas al fin.
Tener memoria es tener independencia. Es saber ver y comprender los hechos y dejar de lado todo lo que es irrelevante al acto: el delito. El mayor delito que hemos podido cometer, es el del silencio y delegación de nuestros derechos mediante la misma. La memoria, la justicia y la verdad que pedimos y exigimos no se remonta a los gobiernos inconstitucionales, sino a todos los gobiernos que conculcaron el espíritu de la Constitución, que rompieron el contrato social y atentaron contra la misma. Poder tener memoria es poder decir la verdad y poder reinvindicar la dignidad que perdimos y no estamos recuperando.
Buscamos responsables, buscamos justicia, buscamos paz interna, pero justificamos los medios para conseguir dicho fín. En vez de reconciliar a una sociedad que tiene las herramientas para prosperar, agrandamos las brechas y permitimos que la crispación labre, hasta su erosión, esta tierra. No interesa la dicotomía entre los militares golpistas y los guerilleros que se autoproclamaron la voz del pueblo. En vez de castigar el crimen y resarcirlo, buscamos culpables y responsables, y establecemos en la búsqueda qué parámetro ha sido más grave y prioritario cuando el delito, no importe su origen, es delito. El verdadero saldo de la sociedad fue haberse retrasado en el tiempo, haber detenido las riendas del progreso y quitarle un miembro a cada familia argentina. ¿Quién busca justicia por Aramburu? ¿Quién busca justicia por Valle? ¿Quién busca justicia por Ingallinela y Satanosky? ¿Buscamos justicia o venganza para concluir los últimos párrafos de una novela mal contada por todos?
Si realmente tenemos memoria, seamos capaces de dar un paso adelante. Seamos capaces de buscar la verdad y dejar los remanentes de tiempos pasados en los libros de historia contemporánea argentina. Seamos capaces de construir una alternativa de pueblo y de gobierno, donde se pronuncie una ruptura con este orden social corrupto, donde podamos liberarnos de los temores que nos impone la estructura y sus medios de coacción.
Este es el paso que nosotros, jóvenes de este presente, estamos dispuestos a dar. Nuestra voz, nuestra voluntad es por obra y gracia de la libertad de expresión y de información que una vez, y no hace mucho tiempo, Rodolfo Walsh defendió hasta las últimas consecuencias. Quizás, si no fuera por sus escritos, jamás recordaríamos la masacre del 9 de Junio de 1956, cuando los generales - militares al cabo - Tanco y Valle se sublevaron contra el gobierno de facto que había destituido a Perón en setiembre de 1955; como tampoco recordaríamos la muerte de Juan Ingallinela durante el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Qué hubiera sido si Pedro Livraga no hubiese sobrevivido. Quizás hoy, estos jóvenes, hubiesen optado por el silencio.
Jóvenes en la Coalición Cívica ARI
Provincia de Buenos Aires - Vicente López